viernes, 2 de abril de 2010

En memoria de un hombre bueno

Era sábado y casi de noche. En la redacción semivacía, los televisores habían quedado encendidos y se escuchaban los reportes repetidos a lo lejos.Hasta que -como un golpe que se espera pero igual sorprende- apareció la noticia.
El ventanal  enorme que daba a la calle, me mostraba que tras el vidrio salpicado de lluvia- frente a una parada, una casilla y un almacén- había gente con el mismo sentimiento en común: un dejo de tristeza en medio de aquella sorpresa. 

Era para mí una de esas personas que queremos sin qué ni para qué. Aunque no las conocemos, aunque no hayan hecho nada por merecerlo; incluso, aunque no se lo merezcan.


Entonces, preferí quedarme en el diario; y en honor a ese afecto ilógico pero inércico que me inspiraba Karol Wojktyla, reiniciamos con unos pocos colegas las últimas notas del cierre del especial “El Mundo Llora por Juan Pablo II”.

Me dicen algunos que allí, cuando Ignacio Martínez me dijo al paso por mi escritorio: “Contá lo que está pasando en la calle” hice uno de mis más sensibles reportes.
A 5 años de aquella tarde, se lo vuelvo a dedicar; por si sea cierto.

“Crónica de cuando paró el mundo”

Caía lentamente la tarde. El ambiente apesadumbrado de por sí por la intermitente llovizna se respiraba confuso. La agonía había llegado a su fin.

En Asunción como en otras ciudades- y no solo el mundo de la cristiandad- la noticia de la muerte del Papa Juan Pablo II cayó como balde de agua fría. Literalmente, paró el mundo de cada quién por unos segundos.
En las salas de redacción, paradas de taxi, bares y la misma calle, las aglomeraciones paulatinas y por iniciativa propia frente a televisores o radios fueron multiplicándose. El rostro se volvió colectivo y la pesadumbre, incredulidad y pena se imprimió en el. Asunción dolió.
Sin protocolos, sin previo aviso.
A pesar de que el triste desenlace era inminente, la sensación de asombro invadió los distintos lugares cuando llegó la noticia.

Ninguno de entre aquellos muchos que se quedaron absortos al enterarse, recibió algún telegrama diciendo “El Papa ha muerto, ven cuanto antes”; pero todos acudieron como pudieron al lugar más cercano donde se hablaba de él.

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