lunes, 20 de octubre de 2008

Dieciocho tablas y una historia feliz

Estaban removiendo trastos. Sillas rotas, escombros, basura avejentada por años en depósitos de la Secretaría Nacional de Turismo (Senatur). "¿Qué son esas tablas?". Liz Cramer, ministra de Turismo, las vio. Los que estaban cerca sacaron lo que tenían tirado encima y las levantaron.

Domingo5OCTUBRE2008
Por Silvia Páez Monges G. silvia-paez@uhora.com.py
***
Allí, le vino a la memoria, pero casi no lo pudo creer: eran ellas.
Estaban en el depósito. Vaya uno a saber cómo pararon allí, pero entre lo oscuro, el polvo, la humedad y el olvido, las 18 tablas que formaban un entrepiso de las Ruinas de San Cosme y Damián fueron encontradas.
Se habían perdido desde hacía tiempo, pero la incansable trabajadora por el arte sacro Gisella von Thuemen no perdía las esperanzas de volverlas a ver. "Ella solía decirme cómo eran, de qué forma, como si predijera que podía llegar a encontrarlas alguna vez. Y recordé, y eran ellas", recuerda Cramer.
Sorprende gratamente a la gente de la cultura que hayan sido encontradas, pero lo que alegra es que lo hizo gente honesta. Los funcionarios de la Senatur no tardaron en dar aviso formal al Arzobispado del hallazgo de las valiosas piezas jesuíticas de 1763.
La Comisión de Arte Sacro buscó ayuda y la Fundación Paracuaria acudió al auxilio. El tiempo había hecho mella en las reliquias, y debían ser salvadas.
A poco tiempo, se recibieron los fondos para la restauración, y así fue como el equipo de restauradores iniciaron la delicada tarea.
Luego de muchas grietas, polvo, desencajes, astillas y clavos, hoy las tablas revivieron.
Las ranuras y vacíos se fueron, el polvo y la cera también. Las viejas pinturas despertaron de un sueño profundo, reflotaron con ayuda de otros trazos de color, marcadas también por artistas compueblanos pero ya de este tiempo.
Ellas retornan a Encarnación. Vuelven al viejo techo del antiguo Colegio San Carlos, al lado de la iglesia de San Cosme y Damián.
Desde allí, seguirán guareciendo nuestra historia colonial guaraní. Y otras como ésta, donde la honestidad y la fe todavía tienen finales felices.

DE VUELTA A CASA
Las Reducciones Jesuíticas de los Santos Cosme y Damián están situadas en Encarnación, en Itapúa. Datan de 1632. Por ese entonces eran el observatorio astronómico jesuítico. Están ubicadas en un ramal a 29 Km de la ruta Nº 1, y a 342 Km de Asunción. Contaban con un colegio, San Carlos, el último en pie de las reducciones y 30 pueblos jesuíticos.

La apología que llama a la sangre

Pocas veces nos conmovemos al punto de parar por un segundo y preguntarnos ¿qué nos pasa? La última fue cuando una chica recibió ácido en la cara de parte de otras. La penúltima, cuando padres desesperados plantearon medidas desesperadas por las salvajes agresiones a sus hijos por Internet. Se nos completó el panorama cuando un nenito de 12 años aquí cerca, en Argentina, mató a puñaladas a otro. Y el broche de oro lo puso EEUU, cuando un prócer de 14 años no tuvo mejor idea que renegar a balazos por una amonestación. Y es que no somos los únicos.

Las nuevas generaciones están naciendo y creciendo en una sociedad consumida por la violencia. Pero ¿cómo no esperar asesinos y sicópatas en nuestras casas y escuelas cuando ante nuestros ojos los convierten en ellos? Cuando la agresión gratuita a compañeros, hermanos y padres es una rutina y no encontró jamás una corrección. Cuando nos parece normal que en sus juegos abunde la sangre ajena y se gane matándole al otro. Así, por ejemplo, una animalesca publicidad de chocolates dirigida a niños y jóvenes.

La infeliz creación de algún ilustre, presenta a una adolescente hablando de la promoción y a otra menor repitiéndolo todo. Harta del eco, la primera advierte: "¡Pará de copiar!". Como la segunda no obedece, se escuchan una recarga de arma y dos disparos. Para que la idea del asesinato quede bien ilustrada, algo salpica la pantalla. Esta salvajada no tiene perdón. Este caso debería llamarnos ya no a pensar qué nos pasa. Debería llamarnos a actuar. Ahora, inmediatamente. Las revoluciones sociales las hacemos todos. Si fué-semos buenos padres, nos ocuparíamos de saber en qué andan nuestros hijos, quiénes son sus amigos, qué páginas visitan, con quiénes se comunican. Si fuéramos buenos ciudadanos, no permitiríamos que nos impongan una TV infestada de programas y publicidades basuras. Si nos tuviéramos respe-to, no permitiríamos que cada pisoteo a la dignidad les salga gratis a nuestros agresores. La re-acción social debe ir a donde más les duele: en los bolsillos. No compremos productos ensangrentados. Pongámonos de acuerdo: apaguemos la TV. No permitamos más publicidades ni figuras denigrantes en nuestra presencia, en nuestro éter. Porque la tolerancia también tiene un límite.

Yo no comprar espejito

Por Silvia Páez Monges Guanes - spaez@uhora.com.py

El congreso se maneja en un ambiente donde abundan las cabezas pero falta el pienso. Y quien tiene cultura y sensibilidad, es considerado peligroso. Ergo, es mejor no dar la cara en esas cuestiones tan arriesgadoras de zoquetes como el tema aborto.

Entonces aparecen en escena los desesperados. Los que son capaces de negar a la propia ciencia irrefutable y avalar un crimen con tal de volver al tapete, el seudosocialismo capaz de todo por algún poder.

Indignados, alegan trabas religiosas inútiles para la concreción de “El sueño del matadero propio”. ¿Por qué mezclan los tantos? La dignidad, la ética y la moral no son patrimonio de las religiones; lo son del ser humano en su calidad de persona.

¿Será que en verdad creen que metiendo todo en la misma bolsa: aborto, derechos civiles, sexuales, etc, pueden confundir al pueblo? No deberían subestimar la inteligencia del común de la gente. Pasa que los indios, ya no somos los mismos. Ni siquiera los espejitos.

Por ejemplo. Impresiona ver al defensor de los derechos y torcidos, ingenuo, enternecedor, casi torpe y probo político. El abanderado de los náufragos de una alianza, Carlos Filizzola sube al atril con pinta de nene primer alumno…pero abre la boca, y sus ideas nos echan a temblar.

Lo peor es que tiene quienes le aplaudan las salvajadas. Quienes le financien las disparatadas ideas de bailar sobre los Derechos Humanos. Estos sepultureros de civilización arrojan a la ética y al pueblo pensante en una fosa común. Hasta puedo verlos desempolvarse las manos y pala al hombro, desaparecer en el horizonte.

Y claro, mientras haya legisladores analfabetos funcionales , el aborto seguirá siendo una coartada de los sistemas y sus políticos inútiles. Incapaces de ofrecer un programa económico válido, con soluciones económicas -no genéticas- a los problemas económicos. Temerosos de exigir a esos sistemas por lo menos las mismas facilidades y apoyos –muy bien financiados- para seguir un embarazo que para abortarlo.

Definitivamente hay quienes deberían autojubilarse, más aún, si ni siquiera a Gandhi entendieron cuando condenó sus pecados capitales sociales: Política sin principios; Riqueza sin esfuerzo; Placer sin conciencia; Educación sin carácter; Comercio sin ética; Ciencia sin humanidad.

En fin. Ni hace falta desplegar los fundamentos científicos que comprueban la existencia de la vida desde la concepción.
Y hablando de vida, cuando uno se encuentra con este tipo de individuos, es cuando más desea creer que en verdad, cada ser humano sea único e irrepetible, y –por las dudas- que no exista la reencarnación.

El privilegio denegado

Un sacerdote amigo afirmaba que hay ignorancias invencibles y discapacidades naturales. Pero que la estupidez es un logro responsable, resultado de la elección de la ignorancia como sistema de resolver dificultades.
Esta fue la única explicación más cercana al porqué de tanta humillación colectiva gratuita, de parte del propio presidente, Nicanor Duarte Frutos. Y, para peor, con el apoyo de su ridiculizada esposa.

El último aporte de este ilustre servidor de la cultura y la patria, ofreciendo a una ministra como un pedazo de carne en oferta, fue simplemente la gota que colmó el vaso.
Épico. Para ubicar el patético cuadro, mínimamente deberíamos remontarnos a los mercados de esclavos romanos. Desde hace años, este insigne y misógino sembrador del progreso viene dando poderosas contribuciones como esa última.

Da vergüenza ajena recordar, pero es necesario hacerlo. Debemos recordar aunque sea algunas de las veces en las que Nicanor vejó a su propia señora en público: “Gloria sabe que puedo martillar”, “Soy un semental”, “Sufren de placenta previa. Sé porque Gloria tuvo 6 hijos”, “Con Gloria hago el rekutu”, y una infinidad de agresiones animalescas más. Advirtiendo que todo ese pensamiento vil y primitivo fue dedicado a su propia esposa, era de esperar de su parte una patada pollina al hígado, tan directa como la última.

Lo peor es que estamos acostumbrados. Habituados al manoseo y la degradación gratuita por parte de los caciques de turno. Claro, mientras no tomemos conciencia de nuestros derechos, siempre seremos una sociedad a los pies de marginales retrógrados que alegremente ponen en jaque lo que nos llevó años de lucha y civilización: el respeto a la dignidad humana.
Pero no me resigno. Sigo preguntándome sobre el porqué, y otra razón contundente se aparece:
La mediocridad siempre fue el estigma de Nicanor; personal y políticamente. Justa razón para rodearse de serviles y esbirros dispuestos a poner a trueque sus dignidades y nuestras vergüenzas. Se creó un primer anillo que no le hiciera sombra, aún peor que él, tanto como para paliarle casi todos los complejos. Soportarle todas las brutalidades.

Entonces –desde lo alto de su megalomanía desenfrenada–, arrasó siempre con todo quien sabía que se dejaría humillar en público, hacer cambiar la camisa, reírse de su propia burla, manosear sus vidas privadas, etc., con tal de permanecer en su rosca.
Pero, claro, también supo siempre con quiénes puede y con quiénes no. Desde el fondo de la plebedad y la vulgaridad galopante que lo acomplejan, sabe a quiénes jamás podrá siquiera mirar de reojo: a la gente digna.

Respaldado en la patota congresista, probablemente le quede impune nuevamente este vejamen… Y otra vez la angustia filosófica: ¿Puede ser más grave, azotador y peligroso el retraso mental –entiéndase cívico– de estos individuos?

Y bueno. En fin, hablamos de Nicanor. ¿Qué más se le puede reclamar a alguien con quien ni la naturaleza jugó a su favor? Alguien que, pudiendo ser un estadista, prefirió vivir y compartirnos su propia barbarie. A quien la ambición desmedida le llevó a confundir el poder adquisitivo con el poder de las clases, autohumillándose con solicitudes denegadas por clubes sociales. Alguien que evidentemente sufre, desde el fondo de las entrañas, el arrepentimiento de su propia persona; consciente de que, a pesar de haber conseguido dinero y poder, la naturaleza le denegó lo más importante: el privilegio de ser gente.



Quizás en otras vidas. En ésta, muy a pesar de sus complejos y humillaciones, seguirá siendo simplemente lo que es. ¿Qué? Él lo sabrá.

martes, 14 de octubre de 2008

Whisky, sí; cliente, no

spaez@uhora.com.py
A veces, suponemos que pocas cosas aún pueden asombrarnos en la vida; pero ahí aparece la capacidad compatriota para tumbarnos de espaldas nuevamente.
Días atrás, realizaba compras en el Superseis Total, de Sajonia. En cuanto terminé y formé la fila para pagar, me fijé extrañada en la cantidad y tamaño de dispositivos antirrobo que resguardaban a cada uno de los whiskeys. Me pregunté cómo haría una persona para lograr robar semejante cosa de ese tamaño, pero en fin: uno juzga por sí. Con un suspiro de paciencia seguí en la espera entre muchísima gente. Miré nuevamente las botellas, y recordé que podría llevar vino. Como cinco pasos a lado, y 25 segundos después, luego de elegir uno, vuelvo a tocar mi carrito.
Se me apoderó una fría y pasmosa incredulidad al notar que en esos segundos, me habían robado la cartera.
La gente de alrededor, también pasmada, llamó al guardia. Mucho después, llegó uno de los tres que tienen a su cargo todo el local. ¿Para qué? Claro, para preguntarme:
¿Le robaron su cartera? Ya sin mucha paciencia, le pedí hablar con el gerente, y llegó el sub. Con él, toda la tolerancia llegó a su fin: “¿Le robaron?, eh, siempre pasa. Así ayer también a una señora… ”
Me llenó de indignación saber que la empresa era conciente de que existían ladrones dentro mismo de su propio supermercado, pero que jamás fueron capaces de advertir a sus clientes cuidado con los mismos. Más aún, cuando solicité ver las cámaras de seguridad, y la respuesta fue insultante: “No tenemos cámaras, ni una”.
El mínimo sentido de consideración hacia la gente, les llevó a forrar cada botella que pudieron con costosos aparatos antirrobo, cada desodorante, cualquier media; pero jamás les importó la vida de sus clientes. Sepa entonces, y que le quede bien claro: En ese supermercado un whiskey vale más que usted.
Un día antes, otro colega y otras personas más, se sumaron a la lista de víctimas del mismo supermercado. La respuesta para ellos, también fue la misma: el desentendimiento absoluto. ¿Reparación, indemnización, al menos disculpas? Jamás. Total, se les saqueó a los clientes, no a ellos. Por falta absoluta de ética, ni un solo cartel advierte del peligro que comprobadamente, se repite en el local. Esto, lleva a pensar en la posible complicidad del propio sitio.
La Municipalidad, la Fiscalía, y la Dirección General de Defensa al Consumidor, deberían intervenir todos los locales que concientemente, expongan a sus clientes al peligro. Pero también, la gente debería empezar a defenderse sola, golpeando la salvaje indiferencia comercial donde más le duele: en el bolsillo.
No compre en supermercados que arriesgan su vida. A ellos, les importa más una botella.

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