jueves, 16 de abril de 2009

Una madre no se cansa de esperar

Es raro. A veces parece que la mayoría del tiempo, incluso de la vida, no recordamos el valor inconmensurable de las pequeñas cosas.
Que tener salud, es la felicidad; tener un hijo, una madre, un padre, una cama, un plato caliente; estar vivo, es la felicidad. Hasta que repentinamente, de la noche a la mañana, como un mal sueño que nos despierta en otro, nos quedamos huérfanos.
Y sí, porque solamente los hechos inesperados nos cambian la vida. Y la partida de una madre, siempre es inesperada.
"Huérfano"… Nunca otra palabra dolió tanto. Tan llena de ecos que resuenan en un lugar vacío que quedó en el pecho.
"Huérfano"…Una piedra puntiaguda, algo estruja el alma.
Decía Antoine de Saint Éxuperi, que siempre se busca, y a veces se encuentra consuelo;
pero en verdad, simplemente, uno aprende a convivir con el dolor.
A domar la envidia incontenible hacia aquellos que tan solo se sientan, caminan, hablan, miran, duermen, se ríen o discuten con sus madres. Al fin entonces, uno aprende el valor inabarcable de las pequeñas cosas que dejó pasar.
Pero eso no es todo. Lo peor de perder a alguien, es que uno lo pierde por partes. Primero se va esa persona, luego el sonido de su voz, luego el olor que dejó en todas sus cosas, y a veces, finalmente sus recuerdos. ¡Y qué rabia incontenible, desesperada, impotente siente uno al percatarse con los años, de que a veces incluso ya casi olvidamos su rostro!.
Es que nos acostumbramos a tenerlas vivas cueste lo que cueste, y no nos resignamos a soltarlas, dejarlas ir.
Es así, son así. ¡Y cómo duelen!... Esa gente que de a poco muere, y de a poco se va.
En fin, siempre es bueno hablar del dolor. Sobre todo, de las madres que ya no están: quizás alguien que oye o lee, necesitaba convencerse de que efectivamente, era feliz y privilegiado y estaba perdiendo el tiempo en disputas. Entonces, probablemente ya no volverá a desaprovechar la oportunidad de pedir perdón, visitar, abrazar, besar, llamar… aunque sea mirarla. Porque le quedará la sospecha de que un día, arrepentido, dará todo solo por escucharla una vez más. ¿Qué se gana viviendo rencores pasados? Nada. Que nunca gane el orgullo.
Hay que regresar a tiempo a la dicha de compartir con ella la magia irrepetible de una vida imperfecta. Dicen los que saben, que es cierto el dicho: “una madre no se cansa de esperar”. Tal vez por naturaleza, ellas aprendieron a dejar siempre la puerta entreabierta: quizás, algún día, en algún momento, alguien quiera volver. Que ninguna hoy se quede sin sus hijos.
Feliz día de la madre.

1 comentario:

pattyleonor dijo...

Silvia, me tocó el alma, el corazón, el orgullo y todo lo demás. Es cierto, uno se pierde en trivialidades muchas veces y desaprovecha oportunidades de disfrutar y valorar a ese ser maravilloso y único que es nuestra madre.Gracias! PattyC.

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